A ver, ¿por qué tenemos que hacer ejercicio para tocarnos la punta
de los pies? “Si Dios hubiera querido que nos las tocáramos los habría
puesto más arriba”. Frases graciosas sobre lo absurdo de matarse
haciendo ejercicio para llegar a la tumba en un excelente estado de
salud inundan Internet y pueden arrancarnos una sonrisa fácilmente.
Una de mis favoritas es: Me encantan las caminatas largas, sobre todo cuando las hacen personas que me molestan. No
obstante, con ejercicio o sin él, la llegada del verano pone a prueba
la capacidad femenina a resistirse al control remoto que, sin saber muy
bien de dónde nos viene, atenaza nuestros cuerpos negando, castigando y
expiando apenas unos kilos de más de los que las normas de la escualidez
y la estupidez marquen.
Que se sepa, son ya cuatro las mujeres que están en coma por culpa de
“un médico” que recetaba veneno disfrazado de pastillas para adelgazar.
“Un médico”, así, sin más, dicen las noticias. No colocan su cara y el
nombre en pasquines, y lo pegan por toda la cuidad como se hacía en el
lejano oeste con los tipos peligrosos, por más que este tipo lo sea.
Estamos hartas de recomendaciones en las que se nos indica que no se nos
ocurra hacer régimen por nuestra cuenta para eliminar esos kilos de más
(que a ver qué autoridad tiene quién lo dice, que esa es otra), que
vayamos al médico y nos dejemos aconsejar por él. Pues menos mal… que no
son todas las mujeres las que se dejan aconsejar por el médico porque,
con médicos como el pastillero, no necesitamos asesinos a sueldo.
Es deprimente comprobar la inmensa, la iiiiinmensísima industria que
hay detrás de toda la manipulación y el sometimiento al cuerpo de la
mujer. Una industria de sinvergüenzas que se está haciendo rica a consta
de las miserias de los demás. Ya sabemos, cada vez más, que cuando se
es feliz y se está contenta, dentro del cuerpo no se necesita nada. Pero
eso hace mucho que lo saben los monstruos que manejan las almas, los
cuerpos y el bolsillo de nuestra sociedad de consumo, así que se empeñan
en torturarnos y en que nos rechacemos a nosotras mismas por estar
rotundas y saludables. Todas las mujeres nos vemos con sobra de algunos
kilos, desde un par de ellos hasta un buen número de los mismos. Y, si
hay alguna que, por genética, deporte o hambre se vea bien, ya hay
quienes se encargan de eliminar ese bienestar e inyectarle el resquemor
de que le faltan tetas o le sobra culo. Y las mujeres, como toricos,
entramos al trapo sin pararnos a pensar qué relación tenemos con
nosotras mismas, por qué hacemos determinadas cosas que sabemos con
seguridad que nos dañan físicamente, o qué sentimientos nos mueven a
hacer disparates como entrar una y otra vez al quirófano a ponernos o
quitarnos lo que en cada momento marquen las tendencias ideadas por
algún hijoputa desocupado.
Es indecente, de vergüenza, vamos, ver las fotos de los anuncios del
“antes” y el “después” de algún régimen o producto milagroso. Y lo peor
es que todavía habrá quien se las crea, quien vea una gorda y una flaca
en lugar de ver una manipulación del copón de photoshop, o Lourdes directamente.
Hace relativamente poco que parecía que las cosas iban a tomar otro
camino, y se comenzó a respetar a las modelos con un mínimo de carne en
los huesos y a promocionar artículos para mujeres reales. Pero el cuento
ha durado poco y toda la canalla diseñadora que se autodenomina “alta
costura” ha vuelto a la carga con modelos esqueléticos. Todo lo que nos
rodea nos envía mensajes que nos obligan a mostrar una anatomía
escuálida, más que delgada, paupérrima, y todo para ser capaces de meter
nuestros huesos en unos, cada vez más pequeños, bañadores, o pantalones
diseñados para sarmientos.
Por fortuna todavía quedan mujeres que disfrutan con la comida y que
mandan a tomar viento fresco al atajo de modistos eunucos que odian el
cuerpo femenino sólo porque no lo poseen. Tengo la suerte de contar
entre mis amigas con personas, llamémoslas “entradas en carne”, que son
felices estando como están, que jamás hacen ejercicio y que se parten de
risa cuando reconocen que tienen los muslos flácidos, pero, por
fortuna, se los cubre el estómago.
Fuente: http://blogs.laverdad.es (Ana María Tomás)